domingo, 11 de abril de 2010

Infancia.




Juegan sin parar. No pueden vivir la una sin la otra, su mayor preocupación es que la “profe” les riña. Pasan las tardes en la calle, riendo… jugando a papás y mamás o al escondite. Las vacaciones son eternas y les encanta ir a la piscina de la que prácticamente son las dueñas. Suelen inventar mentiras piadosas que les cuentan a las demás para sentirse superiores. Siempre se sienten acompañadas, pues saben que se tienen mutuamente. Ponen música y bailan y cantan delante del televisor apagado, que hace de espejo. El tiempo va pasando, van creciendo… las cosas van cambiando. Ya no son aquellas niñas felices. Ahora todo se antepone a esa amistad. Es hora de que cada una siga su camino. Discusiones, sollozos, distancia. Cada una hizo su vida, tuvieron sus amores, desamores, nuevas amistades, estudios. Pero nunca olvidaron esos trece años de verdadera amistad que tuvieron… y que saben que no volverán a sentir nunca más. Si una lloraba, lo hacían las dos… ¿cómo olvidar esas tardes de ataques de risas? Las casas de las barbies hechas con cintas de vídeo y las tardes en el campo jugando a los “clips” rotos y con las bicis heredadas. Familias y casas compartidas. Muchos años después esas dos niñas son mujeres, que se cruzan por casualidad… un simple hola, un rápido adiós. Pero al dar la espalda resurgen los recuerdos y nace una sonrisa.



Stupid :)

domingo, 4 de abril de 2010

Testimonio de Soledad

No entiendo muy bien por qué no me quiere. Yo siempre la acompaño, no me gusta abandonarla. Pienso que quedarse sin sentimientos sería peor. Cuando está rodeada de gente yo sigo ahí, sé que nota mi presencia y eso no le agrada. Pero cuando nos quedamos las dos en su cuarto y pone música para romper el silencio mientras mira por la ventana las nubes pasar o las luces de la ciudad en pleno fervor, ella agradece que esté allí, para acompañarla y escucharla cantar. Eso me hace fuerte. A la hora de dormir, me odia. No puedo hacer nada para cambiarlo, intento abrazarla… pero ella se encoge, abrazándose a ella misma y empapando la almohada con sus pequeñas lágrimas. Yo la arropo y me quedo allí, esperando siempre que aparezca esa persona que pueda apartarla de mí. Hasta entonces seré como su sombra.

Stupid.